Ellos se sentaban en un banco de la “Plaza del mástil”, siempre en el mismo, frente a
El viejo Pedro le decía a su amigo de lo débil y delgada que la había visto bajar del tren de las nueve de la noche, sola, sin que nadie la esperara y que parecía tan descompuesta que él pensó que se iba a caer desmayada ahí nomás, en el andén de la estación.
Anselmo le contó entonces que Lydia viajaba a
Pero él, además, le contaba al otro viejo, que sabía el origen de la enfermedad de Lydia, que al contrario de lo que decían los médicos, ella se había enfermado de pena, y que él ya lo había pensado cuando no le auguró felicidades en el día de su casamiento, pues conocía muy bien a la persona con quién se casaba, sumamente violenta. Aseguraba también que había visto y oído muchas veces el maltrato a que era sometida por parte de su marido y que por eso, no le extrañaba que la tristeza del alma le enfermara el cuerpo y así se fuera deteriorando tanto.
Las campanas sonaron a entierro, ya se acercaba el cortejo. Los dos se ayudaron, mutuamente, a ponerse de pié, con esfuerzo y con gran pesar en sus rostros. Los dos habían conocido y querido a aquella muchacha.
Al quedar parados, se quitaron las boinas y bajaron lentamente sus cabezas, en señal de duelo.
¿Sabés que me encantan estos relatos costumbristas? Aunque dejen, como éste, un resabio de tristeza.
ResponderEliminarotoño es tu obra, está escrito con pluma de Casilda bellisimo
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