Era una conmoción. No porque sonara el timbre del teléfono, sino porque al atender y preguntar:
-¿Quién es?
Si quién contestaba decía Coco ahí sí se producía el sobresalto, el shock y entonces como una asonada, una revuelta, un tumulto, todos empezaban a correr buscando por toda la casa al grito de:
-¡Coco…Coco!
Todos detrás de la destinataria del llamado, Inés, quién también se sumaba, entonces, al jaleo hasta llegar ruborizada a atender la comunicación.
Coco, el compañero eterno. El condiscípulo, el amigo.
Juntos cursaron el Colegio Secundario. Juntos estudiaban, compartían tardes de barcitos y charlas eternas, de café con sacramentos o de chocolate con vainillas. Tardes de cine y de paseos por el parque.
De visitas.
Nada más.
Pero Inés y su familia siempre esperaban que Coco llegara a algo más: a declararle su amor, a pedir su mano a los padres para visitarla como novio, a proponerle casamiento.
Pero no.
Coco la invitaba a ver la última película estrenada, a escuchar a
Y así fueron pasando los años, esperando que Coco se anime, se decida, que concrete.
Pero no. Nunca. No.
Coco vivía con su mamá, los dos solos. Cuando él invitaba a Inés a pasar una velada de cena y televisión en su casa, siempre, era compartida por Marta, la mamá de él, siempre presente, los tres.
Cuando Coco e Inés estaban próximos a cumplir los cuarenta años, Marta enfermó gravemente y Coco, viendo como su madre empeoraba día a día, empezó a enfermarse también.
Marta murió una tarde helada de junio.
Coco no pudo sobreponerse, murió de pena, inmensamente deprimido, tres meses después, cuando septiembre, brillante y tibio, llenaba de colores los parques.
Inés hoy, muchos años después, se sobresalta cuando cree que suena el teléfono.
Cristina Kovacevic
Cristina que hermoso, como todo lo que escribis me gustó muchoooooooo!!!!!!
ResponderEliminarCristina me trajo a la memoria un caso que conocí, muy parecido, en cuanto a la relación Madre-Hijo, descrpta con las palabras justas.
ResponderEliminarExcelente
La esperanza de Inés debiera haber nacido junto a la muerte de Coco, ¿no te parece? No era demasiado tarde todavía. Pero no siempre se pueden aprovechar las oportunidades. Un buen relato, Cristina.
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