Nuevo Taller

Todo nuevo:Horarios , días y temática. Lugar:Corrientes 328. Local 4. Días Martes 18hs Sábado a las 10 y posiblemente el viernes a las 18 para ¡principiantes!. En los dos primeros el motivo o línea conductora de este año será Cortázar . Junto a él iremos transitando los secretos de la escritura. Espero vuestra presencia y estimaré muchísimo su divulgación. Comenzamos el martes 11 de marzo a las 18.































viernes, 8 de julio de 2011

Jorge y la luna


Lo conocí en la escuela, siendo muy niño . Lo traía su madre tomado de la mano, se lo observaba feliz cuando caminaba con ella por las calles pobladas de sonidos urbanos de la ciudad. Hablaba alegremente y se notaba encantado sólo por estar asido a su mano. A medida que se iba acercando al lugar donde debían separarse su gesto mutaba, los ojos adquirían un brillo espejado y se forzaban por no arrojar las lágrimas que se acumulaban inquietas por escapar. No se quejaba, se quedaba tieso, inerte y la observaba hasta que se confundía en la multitud.

Percibiendo el sentimiento de desamparo que lo envolvía cada vez que su madre se alejaba, yo pasaba mi mano por su hombro, lo pegaba a mi costado, le hablaba procurando hacer dulce y alegre mi acento e intentaba por todos los medios construir un vínculo que le permita conectarse con el ambiente escolar.

Pasados unos meses comenzó a expresarse, sólo palabras- frase, enunciadas con esfuerzo, no porque le costaba hablar, sino por la gran inhibición que tenía para mirar a los ojos y decir un deseo. Con el tiempo aprendí a leer su mirada. Negra, negrísima. ¿Qué mensaje ancestral expresaba? ¿Cuántas historias de amor y odio se acumulaban en ella? ¿Cuántas injusticias vieron a lo largo de todas las generaciones que lo precedieron? ¿Eran sólo sus ojos, o también los de los” tobas” que fueron alienados a lo largo de la historia?

Jorge vivía en el barrio de los tobas, mal llamados así por los guaraníes que los despreciaban y los denominaban de esa manera por su hábito de despejar la frente, “tová”, significa “frente” en el idioma de ellos y desde el siglo XVI cuando ambos pueblos luchaban por el territorio comenzaron a nombrarlos de esa forma, que también adoptaron los españoles cuando se apropiaron de sus tierras.

Jorge en realidad pertenecía a la etnia “qom”, que simplemente quiere decir “hombre”. Él guardaba en su mirada toda la historia de su pueblo, sólo había que saber leerla. ¿Transmitían sus ojos profundos y sufridos la masacre de Napalpí, cuando en 1919 fueron capturados y obligados a trabajar como esclavos en las plantaciones de los blancos? Cuándo se resistía a soltar la mano de su madre, ¿se revelaba por tener que cambiar su vivienda de troncos y paja por un edificio frió de paredes sólidas que no le permitían estar en contacto con su tierra?

Llegado el mes de septiembre organizamos un campamento a Córdoba, a Tanti. Todos los chicos estaban felices por la experiencia, él también, aunque nunca lo decía, escuchaba con atención los proyectos y contribuía trabajando para los preparativos. Fuimos en tren, él se sentó a mi lado y durante todo el trayecto no abandonó su postura erguida, concentrada, sólo reaccionaba si alguien lo molestaba , no devolviendo la agresión , sino rechazándola con entereza. Entre sus manos sostenía una valijita de cartón donde llevaba sus cosas , la asía con dignidad , como custodiando un tesoro ¿guardaba en ella la tibieza de las manos de su madre acomodando su ropa?. Mostraba mucha disciplina en todos sus actos, mirándome cada vez que alguien hacía una propuesta para decidir si la obedecía o no.

Llegamos a la casa que nos habían prestado para pasar unos días, éramos muchos y la vivienda pequeña , no obstante eso, nos organizamos como para que la mayor parte del tiempo estemos en los alrededores , para disfrutar del paisaje , ir a bañarnos a los arroyitos , gozar de unos días diferentes que pocas veces nuestros niños tenían oportunidad de compartir con amigos.

Al arribar la primera noche era necesario desarrollar los hábitos de higiene , después de tantas horas de viaje y de pasear por los caminos de piedras…Habilitamos el baño y de a uno fueron pasando rápido para no agotar el agua del tanque. Cuando llegó su turno se negó terminantemente a meterse en la ducha, reaccionó casi con violencia cuando lo increpamos por su falta de aseo. Fue entonces cuando comprendí que el otro, no siempre es “el otro”, que el parámetro no somos “nosotros” y cuando me empecé a preguntar quienes somos “nosotros” y quienes son “los otros”… ¿por qué pensamos que lo que hacemos de una forma igual es lo que “debe ser” para todos?...

Jorge nos miró, por primera vez, con desprecio. Tomó un balde , lo llenó de agua fría y salió a la noche , mirando con devoción la luna llena que iluminaba el jardín , sacó un pequeño trapito de su valija , lo humedeció en el agua y cual si estuviera cumpliendo con un rito ancestral , comenzó a limpiar su cuerpo , lentamente , detalladamente…..en soledad.

La imagen de Jorge resplandecía bajo la luna, desde la ventana me quedé extasiada observando como este niño, desplazándose como un artista se movía suavemente conservando lo transmitido por su madre, representando un pasado que no puede ser borrado. Comprendí que no existe la subordinación, que nadie por más armado y fuerte que sea, puede evitar el vínculo cerrado de amor que se hereda después de muchas generaciones.

Desde entonces ya no llamo “toba” al pueblo de Jorge e intento “enseñar” que se le diga con el mayor respeto “qom”, hombre, humano digno y adorador de la naturaleza.

Mónica Mancini

martes, 5 de julio de 2011

La cárcel de cuero verdoso


Subo con lentitud la escalera de granito, como tratando de no llegar. Debo ir. Los pies cargados con el plomo de la incertidumbre. La mañana empieza, sin ningún aderezo, desde los ruidos metálicos y un insistente olor a desinfectante que golpea mi nariz. Las enfermeras, enfundadas en chaquetas y pantalones blancos deambulan diligentes hacia las habitaciones dónde la luz roja se me aparece como una mancha de sangre. Todas llevan un barbijo blanquecino. Me imagino su aliento golpeando contra la tela gruesa, rebotando sobre sus bocas pintadas.

Sé que no puedo negarme al ritual de cada mes. Porque decir que no, es igual a no socorrerme impíamente. Mis manos se crispan sobre la bolsita de nylon. Palpo el rectángulo perfecto de la caja del medicamento.

Sigo las flechas por inercia. Conozco cada recoveco de esa travesía que hoy se pinta desconocida.

Prohibido permanecer el los pasillo. Prohibido Fumar y una cara antigua llevándose el dedo índice a la boca. Es necesario cumplir setecientos nueve requisitos para apoltronarse en ese sillón que te traga como un lobo feroz. Y sin embargo camino.

Eppour si mueve, me digo emulando a Galileo ante el Santo oficio.

Llego, después de andar cuatrocientas noventa y dos pisadas a la Sala. Me detengo frente a la puerta vidriada esperando nada y esperándolo todo. Dentro, el vaivén de las dos enfermeras de la sala indica que están apuradas.

Una de ellas, Celina, me reconoce. Me hace señas con la mano derecha con un gesto que presupongo me indica que entre.

Prohibido tener el celular prendido. Prohibido el paso a toda persona ajena al piso. Atención, sólo pacientes. Sala esterilizada.

Mi mano ya no es mía sino del pomo de la puerta que se abre y se ríe de mí. La libertad se terminó al traspasar el umbral invisible de la pertenencia. Si Celina. No Celina. Es cierto Celina. Celina me indica con el dedo índice el sillón que ocuparé. La asocio con el cuadro del pasillo, auque no son parecidas.

El sillón traga mi humanidad como una planta carnívora. Me dejo devorar por el cuero con vida. Celina vuelve, risueña- Por más que me esmero no puedo copiarla. Mis labios están rígidos como las manos sobre la bolsita. Celina la saca de mis dedos con destreza. Habrá recuperado tantas bolsitas. Celina.

Ya no soy yo, sino un brazo conectado a una botella de suero que enfría mi carne. El sillón se compadece de mí y me devuelve un calor tibio. Entonces trato de reconocer ese asiento amigo y enemigo. Sillón: asiento con respaldo, con apoyos laterales para los brazos comúnmente llamados con el mismo nombre: brazos.

Sillón: leer hasta la madrugada sólo acompañada del viento y una copa de vino. Sillón Amarse fundidos, enmarañados. Cuerpos que despiden adrenalina de deseo. Sillón. Sillón

—Sillón. —Celina está frente a mí. Creo haber pronunciada la palabra en voz alta.

—Estás cómoda— me pregunta con la misma sonrisa que parece bordada a mano en su cara.

Mientras el líquido ardiente invade mis venas, para distraerme, sólo para distraerme, comienzo a mover los ojos en una panorámica vista de la Sala. Observo el lugar como un turista asombrado ante la belleza de San Martín de los Andes, en Bariloche.

Es una sala pequeña, vestidos blancos sus paredes, con acentos de colores que rebosan de los cuadros, testigos

Una ventana da al exterior, Boulevard Oroño duerme a esta hora del día. Solo algunos perros pasean a sus dueños. Mi pupilas se pierden entre el verde amarillo de las copas de los árboles. Es otoño. Pudo ver algunos pajaritos que anidan en sus ramas.

Las hojas tiene el deslucido verde de los “sillones”. Verde el color de la espera, verde el color de la esperanza.

No sé cuanto tiempo pasó desde que dejé devorarme mansa y sin oponerme. No tengo reloj. Cuando voy a los sillones no llevo. Es ridículo pero de alguna manera el no llevarlo me funde en un presente sin horario.

Celina está agachada, en cuclillas de nuevo frente a mí. Me libera de esa cárcel líquida, Retira la aguja. No me sorprende mi cambio matérico. Me han crecieron dos alas de mariposa que me llevan volando atravesando la puerta vidriada, con marcos de roble., sabiendo que el próximo debo volver, o no.

Liliana Savoia

lunes, 4 de julio de 2011

DETRÁS DE ELLA

No había amanecido aún cuando Pietrina atrapada por la curiosidad se vistió rápidamente y se dirigió al altillo.

Dándose coraje dio vueltas el picaporte y entró.

La alcoba se encontraba como la había dejado al irse.

En la mesita de luz la vela roja, una copa vacía y el portarretrato.

En un ángulo de la habitación el caballete con un cuadro cubierto.

Con cautela lo descubrió.

¡Su rostro, su mirada! estaban allí observándola de frente.

Desvió la vista, cerró los ojos y recordó el sueño, al tiempo que un presentimiento la invadía. Retrocedió espantada.

Sintió sollozar las campanas de la capilla.

Todo era exactamente igual.

Retrocedió, más y más hasta sentir cerca la puerta.

Un torrente rojo se agolpaba en su cerebro, giró la cabeza en el intento por abrir, dos manos se apoyaron en sus hombros. Se dio vueltas y sus ojos se enfrentaron nuevamente a los de El.

¡César Borgia! un serpenteo helado le recorrió el cuerpo

Sintió el filo atravesar su garganta y un invisible hilo de luz la llevó hacia el cuadro.

Lo vio traspasar la tela mientras un hatajo de sangre le iba manchando la túnica blanca.

Malena Accinelli