NÚMEROS
Los números se abalanzaron sobre mí y rápidamente, puesto que eran diez contra uno, me ataron a la silla de mi escritorio. Yo estaba más asombrada que asustada. Después de trabajar juntos tantos años habíamos establecido una relación de mutua confianza. Es cierto que algunas veces, debido al cansancio, los cambiaba de lugar o los confundía, pero eso no ocurría muy a menudo. En general, los deslizaba hábilmente por el teclado y ellos completaban, orgullosamente, el resultado de la operación que les había asignado. Nada peor para los números que manipularlos distraídamente o borrarlos. Y ni hablar de invertir el orden de sucesión. Como son tan susceptibles, imaginan que preferimos al que equivocadamente ocupó su lugar. Ellos son muy conscientes de su valor y anticipan, cuando se mezclan, con quienes se van a encontrar. Les doy un ejemplo: a Uno le encanta la suma de sí mismo porque se encuentra con Dos, del cual es amigo desde la infancia. Pero si por error digitamos Uno más Dos se encontrará sin sobre aviso con Tres, al que odia. Uno es muy ególatra pero con Dos dialoga y llega a darle la razón de vez en cuando, mas con Tres se pelea indefectiblemente. Dos es conciliador y tranquilo; Tres es exuberante. Cuatro es espiritual, Cinco ama la buena mesa, Seis vive con expresión huraña, Siete es el más equilibrado, Ocho se ufana de su figura simétrica, Nueve está siempre cabizbajo y Cero es definitivamente indolente. Él y Uno todavía no acordaron quién va primero. Uno lo tilda de comodín y cuando la discusión llega a punto muerto, su peor ofensa es llamarlo entenado. Entonces Cero le responde que sin él todos los números estarían en pañales, y así termina siempre este eterno enfrentamiento.
Pero ahora me urgía comprender el motivo del ataque, empresa difícil con ellos parloteando al mismo tiempo. Para hacerme oír, les grité que hablaran de a uno. Podrán adivinar quién tomo la palabra. Para resumir, me dijo que habían planeado tomarse unas vacaciones ese fin de semana en una isla perdida del Pacífico. Que bien merecidas las tenían. Que no iban a permitir que yo les arruinara el proyecto por querer adelantar unas planillas para el lunes, cuando bien podrían esperar hasta el martes.
Por lo tanto –dictaminó el orador con la anuencia de todos- te vamos a dejar atada hasta la vuelta para que no puedas manejar ninguna máquina.
Rogué, exigí, amenacé, pero ni siquiera el buenazo de Dos se conmovió. Con semblante alegre y distendido fueron desfilando hacia la puerta y, antes de abrirla, se volvieron al unísono. Me saludaron con tanto alborozo que ni siquiera pude guardarles rencor.
Carmen Retamero
Los número siempre me pudieron, tal vez deba empezar a no "guardarles rencor"...!!! Muy bueno Carmen.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Cristina.
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