Nuevo Taller

Todo nuevo:Horarios , días y temática. Lugar:Corrientes 328. Local 4. Días Martes 18hs Sábado a las 10 y posiblemente el viernes a las 18 para ¡principiantes!. En los dos primeros el motivo o línea conductora de este año será Cortázar . Junto a él iremos transitando los secretos de la escritura. Espero vuestra presencia y estimaré muchísimo su divulgación. Comenzamos el martes 11 de marzo a las 18.































miércoles, 28 de julio de 2010

DULCES SENTIDOS

Caminaba por el medio de la calle llena de polvo, calle de tierra, marrón y seca.

Ella vestía siempre de negro, desde el calzado de tela y goma hasta el pañuelo en la cabeza.

La piel curtida y áspera, tanto en la cara como en las manos. Manos callosas, casi crujientes.

Los dos canastos de mimbre fresco colgando al lado de las caderas, de cada lado del cuerpo añoso. Y la voz ronca, como gastada de tanto grito, de calle en calle, todos los días. De lunes a lunes. María vendía.

Primero, temprano, cuando el cielo aún no se veía de tanto negro, iba al Molino a comprar harina. Luego volvía, siempre apurada a preparar la masa, a dejarla en reposo y a prender el fuego en el viejo horno de barro y magia.

Y así, sola su alma, amargo el gesto, María amasaba.

Cuando todo ya estaba listo, ella salía con los dos cestos rebosantes de mercancía que pregonaba:

-¡Vendo pasteles…tortitas fritas…bollos de azúcar!

Yo la esperaba.

Era tan rico el aroma de todo lo que vendía que aún lo recuerdo. Cierro los ojos y puedo verme junto a la vieja, a los canastos, a los pasteles. Puedo sentir que clavo los dientes en aquellos bollos espolvoreados. Aún hoy puedo sentir el tibio sabor y el perfume de esos manjares y también guardo en mis oídos el tono sordo, agotado del ofertorio.

Muchas veces volví a mi pueblo esperando verla vender sus tortas. Pero ya no hay nada de aquellos días. Ahora las calles huelen a piedra. María misma está en la piedra, en los recuerdos con sus aromas a masa dulce y delicada, hecha de pena aterciopelada. Hecha con el alma.

Cristina Kovacevic

miércoles, 7 de julio de 2010

Antes del anochecer

Quería alcanzar la séptima ola, la marea crecía y se la ofrecía, era la mas grande y poderosa. El desafío ponía en riesgo su vida, pero si lograba subir a la tabla de surf y treparse con firmeza, llegaría victorioso a la orilla y sería dueño de la tan soñada medalla dorada.

Se aproximaba la ola y podía oír el rugir, se enfrentaba a un poderoso desconcierto, su exagerada musculatura más la energía acumulada estaban listas para trepar en el justo momento.

La tiene a dos metros, se abalanza hacia ella y ésta lo envuelve y arremolina con tanta fuerza que la tabla le golpea la cabeza y lo sumerge al fondo del mar.

Dos salvavidas lo rescatan, lo llevan a la playa y comienza la tarea de respiración asistida.

Uno, dos, tres y los pectorales se hundían mientras de su boca una espuma incolora le asfixiaba la garganta.

Su mente navegaba, podía ver cuando el verdugo ceñía la soga en su cuello parado en el banquillo de madera.

Fue en defensa de su esposa que se encontraba en esa situación. Ella había sido condenada a la hoguera por rebeldía hacia inquisidores que en nombre de Dios acusaban a mujeres inocentes caratulándolas de brujas.

Cuando vio a su amada atada en el poste de la fogata, con los pies cubiertos de leña y pasto seco, una furia incontenible lo llevó a abalanzarse sobre los despiadados jueces a punto de cometer semejante atrocidad.

La espuma no cesaba y la curiosidad de la gente colmaba la playa, para ver si el deportista respondía al aire que provenía de un pulmón ajeno.

Las pupilas se dilataban cada vez mas cuando enterraba su daga en el estómago del responsable de iniciar el fuego, y en ese acto de locura, la daga perforó más de un corazón antes de que lo apresaran.

En sus oídos pegaban y laceraban los gritos de su esposa, y a sus fosas nasales llegaba ese olor, olor a carne quemada, a cabellos chamuscados, a dolor y a muerte.

Ya nada importaba, estaba entregado allí en ese banquillo a punto de ser derribado, el nudo cada vez apretaba más y la efervescencia asomaba desde la comisura de sus labios.

Y allí tendido en la playa una sensación rara lo invadió.

-¿Qué tiempo y espacio era realidad?

La pregunta quedó sin respuesta cuando cesó la espuma y lo envolvió la tersura de la noche

RITA GONZÁLEZ.

UN CIMIENTO, DOS DESTINOS




Como en la vida...

Se nota el esplendor

o el abandono.

Si hay alguien

que acompaña…

Si estamos solos.

Si mueve a admirar,

a extasiarse,

o a compadecer y alejarse.

Cristina Kovacevic

martes, 6 de julio de 2010

PROVOCACION

No sé cuando fue, en qué mes, en qué año. Pero sí sé que era de mañana, tal vez media mañana. Que era un día radiante y que había sol.

No sé por qué estábamos en la vereda mi vecinito y yo . Casi podría asegurar que estábamos esperando al panadero, como cada día, como un juego más que empezaba apenas asomaba a lo lejos el caballo al trote, ágil y arisco que , tirando del carro que conducía el propio panadero, nos traía las galletas doradas, calientes y crocantes recién sacadas del horno.

Con el pan quemando aún entre las manos, complicidad y risas, nos sentábamos en el cordón de la vereda. Alto. Cordón de vereda de calles de tierra, para disfrutar de un festín.

Esa mañana, sin embargo, todo fue distinto. Olvidamos al panadero y sus tesoros y hasta de pedir permiso para alejarnos. Es que vimos gente que pasaba corriendo por la esquina calle abajo y entre sorprendidos y curiosos, corrimos tras ellos.

Sin saber para qué ni hacia dónde, todos corríamos por el medio de la calle; siempre más gente se sumaba en esa procesión extraña.

De pronto nos encontramos frente a la casa de Dany y Martita, mucha gente se apretujaba y gritaba queriendo entrar, pero otros lo impedían, también a los gritos, para que retrocedieran. Entonces oímos a algunos vecinos:

“ ¡Otra vez… siempre lo mismo, es ese loco de Pedro peleando con Teresa!”-.

Teresa, triste Teresa, pobreza.

Teresa pasando ida y vuelta hacia el trabajo. Trabajo por horas. Pasar cabizbaja, delgada, invisible, marcada Teresa, golpeada, callada.

“ ¡Pedro es muy celoso!”- era el comentario. Pedro enamorado.

Pedro obrero pobre, overol azul, ropa de trabajo. Fábrica, sucio, centro de las burlas de sus compañeros, del aburrimiento.

Pedro silencioso, crispada las manos, hirviendo por dentro, siempre el mismo acoso.

–“ ¿Qué estará haciendo ahora la Teresa, Pedro?”. ¡Andá a ver qué pasa en tu propia casa!” -.

Provocado y ciego, rayo en bicicleta, llegó hasta su casa. Recorrió los cuartos, cuchillo en la mano; primero el de ellos. Pero ella no estaba. Ella estaba afuera, atrás de la casa, sobre la pileta, menuda, encorvada, Teresa lavaba.

Ira y desenfreno, hundía el cuchillo.

Pedro la locura. Teresa el dolor.

Ojos asombrados, cuerpo de muñeca caía Teresa .

Teresa inocencia, locura de amor.

Él corrió hacia un árbol, cualquiera del patio y con su propio cinto de ropa de obrero, azul – negro abismo, impotencia absurda , Pedro se colgó.

.

Cristina Kovacevic

domingo, 4 de julio de 2010

Encuentro de talleres en la Biblioteca Gori






Itinerantes, las palabras escritas se buscan , se encuentran , se traman con otras . Las bocas que las expulsan las acompañan con sonrisas , los ojos que las leen deslizan alguna lágrima, los corazones se alegran de encontrarse con sus pares.Gracias Fabricio y compañía por aceptar nuestra visita .Gracias a los areneros por participar y ser protagonistas de esta tarde tan gratificante.Gracias César por las fotos.Voto porque se repita

ESE AROMA ESPECIAL


Todos pensamos que no iba a superar la muerte de su esposa, mi madre, pero continuó con su vida normalmente, como si nada hubiera pasado.

-Si querida, estamos bien, quédate tranquila. Tu mamá y yo ya cenamos, hasta mañana – y cortó la comunicación.

Decidí volver a mi antigua casa y pasar un tiempo con él, estaba inquietándome su forma de actuar.

La primera noche de mi regreso, luego de acostarme, empecé a oír la conversación de mis padres que llegaba desde su habitación.

Me levanté y fui hacia la puerta de aquél cuarto con el pecho oprimido. Mi padre estaba solo. ¿Estaríamos desquiciándonos? Yo había reconocido perfectamente la voz de mi madre.

Casi sin dormir, me levanté a preparar el desayuno. Para mi sorpresa, ya estaba la mesa preparada y en el centro la torta que sólo mi madre cocinaba, sólo ella, con ese aroma tan particular.

-¿Papá, de donde sacaste esta torta?

-¡Clari, la hizo tu madre, como siempre!

Era hora de consultar con un psiquiatra, nos estábamos volviendo locos, sin la menor duda, los dos.

Hacía tres días que permanecía inmóvil, con los ojos cerrados. Apenas se percibía el movimiento corto y lento de su respiración porque se movía la fina tela de la sábana que lo cubría. Yo estaba junto a su cama, inmóvil también, mirando a aquél hombre querido que en otoño cumpliría setenta y cinco años.

De pronto abrió los ojos y me preguntó:

-¿Sentís el olor del perfume?

-¿Qué perfume papá?

-El que usaba tu madre.

Y puedo jurar que entonces empecé a sentirlo.

Si, era inconfundible, el aroma especial del perfume que ella usaba.

Miré instintivamente hacia la cómoda y vi el frasco abierto, que momentos antes podría asegurar que no estaba.

-Si papá- dije- siento el olor del perfume. Seguramente ella vino a buscarte.

Cristina Kovacevic