Nuevo Taller

Todo nuevo:Horarios , días y temática. Lugar:Corrientes 328. Local 4. Días Martes 18hs Sábado a las 10 y posiblemente el viernes a las 18 para ¡principiantes!. En los dos primeros el motivo o línea conductora de este año será Cortázar . Junto a él iremos transitando los secretos de la escritura. Espero vuestra presencia y estimaré muchísimo su divulgación. Comenzamos el martes 11 de marzo a las 18.































sábado, 26 de junio de 2010

Algo que me contaron y algo que recuerdo


Con el huir de la noche, todos los días un tren partía de Paraná con destino a Concordia.

Era necesario preparar la máquina propulsora varias horas antes, el foguista llenaba de agua la caldera y alimentaba carbón a las fauces de la misma, hasta que el vapor producido alcanzaba la presión adecuada para poner en movimiento el humeante volcán de hierro con sus vagones. Ardua tarea: pala… carbón… pala…carbón... pala…

Una vez concluido el trabajo, negro noche por el polvillo, resaltando de esa negrura lo blanco de los ojos, chita, a la casa del maquinista para indicarle que puede tomar el control del tren.

Esa madrugada caía agua a baldazos y navegó sobre algunos charcos con sus zapatones de cuero.

De regreso en la estación ferroviaria puso a secar las canoas cerca de la boca del infierno. Éstos encogieron fruto del calor recibido y la suela se puso dura como una tabla.

Al retirarse contó las monedas del bolsillo y en vez de subir a un tranvía para ir a su casa decidió gastar ese dinero, el único que tenía, en un bombón para su pequeño hijo de no más de dos años.

Emprendió el camino, agotado, tiznado, con los pies encogidos dentro de los zapatos cual zuecos de madera más pequeños que sus pies, pero con el corazón henchido de felicidad por llevar a su hijo una preciada golosina.

Interminable recorrido, una vez en casa entregó el tesoro al pequeño.

Este quitó con curiosidad la envoltura de oro y llevó el contenido a la boca.

—no me gusta tiene pomada…—dijo el gurí en su media lengua mientras escupía con cara de asco el diminuto trozo. El padre desorientado y con una mirada lánguida en sus ojos gris verdosos… al borde de las lágrimas tomó el resto del bombón y lo ofreció a su esposa.

Años después el pibe, ya en tercer o cuarto grado de la escuela primaria.

—Hmm…me saqué un cuatro en la prueba de matemáticas…—.Comentó con una cucharada de sopa en la boca.

— ¿…nada más que un cuatro…te sacaste…?—.Le preguntó su padre, incrédulo, con voz queda y mirada profunda.

Cual agria amonestación, esa pregunta estalló en la cabeza del niño, prefería un cintazo como castigo. Si el padre lo hubiera hecho, al menos podría haberlo odiado y derramó lágrimas de impotencia.

Este hombre, brevemente reflejado en este relato era mi padre. Sumamente perspicaz, exigente consigo y los que le rodeaban, pero a la vez generoso y según sus propias palabras “autodidacta formado en la escuela de la vida”, vivió para su familia…Nunca me dio siquiera un coscorrón aunque discutir…lo hemos hecho y fuerte.

César Cati

domingo, 20 de junio de 2010

LA PROMESA


Mi vecina, a quien le debo favores, me pidió que le cuidara a su hijo. Como es un chico de características hiperkinéticas, no tuve mejor idea que llevarlo a la estancia de mi abuelo paterno. En el campo quemará sus energías, pensé. En la estación nos esperaba Zoilo que servía a mi abuelo desde antes de que yo naciera. Y por cierto, a su parco modo, fue un celoso guardián de mi deambular de niña por la extensa propiedad. Le di un abrazo y le presenté a Jorgito. Zoilo movió la cabeza y el niño lo miró desafiante. Subimos al auto adonde resonaba la voz de Atahualpa, pero la estridente voz de Jorgito no me permitió concentrarme en la canción.

-¡Tía, tía! –vociferó instruido por su madre quien pensaba que, al no tener yo hijos ni sobrinos, llenaría un vacío en mi corazón.- ¿Qué hacen esos cuervos en la rama del árbol?

-Deben estar esperando para comer –dije.

-¿Quién les tiene que avisar? –insistió.

-Nadie. Todavía no es su hora –respondí lanzada al tobogán de preguntas y respuestas.

-¿Y cuál es su hora?

-La que ellos quieran –recité con paciencia.

-¡Vamos a avisarles que ya es mediodía! –exigió solidariamente.

Mis ojos captaron por el espejo retrovisor la mirada divertida de Zoilo. En lugar de disgustarme, me disparó el recuerdo de Julián. Así me miró cuando, enternecido por mi enamoramiento de niña, me prometió: Cuando crezcas, serás mi novia. Ahora tenés que juntarte con los chicos de tu edad. Me engatusó el hijo mayor de Zoilo. Yo lo esperé algunos meses y me fui olvidando de él. Hace quince años que no lo veo aunque sé que se recibió de veterinario y está por marcharse al extranjero.

-Está bien –le respondí a Jorgito desechando la evocación - Zoilo les avisará después que nos deje en la casa.

-¡Yo también quiero ir! ¡Yo también quiero ir! –repetía el crío para dar énfasis a su deseo.

Cuando bajamos del auto, mis oídos pedían clemencia. Norma, la hija tardía de Zoilo y compañera de la infancia, salió a recibirnos afectuosamente. ¡Sos mi salvación!, pensé. La abracé, la besé, y le pedí que atendiera a Jorgito mientras yo iba a saludar a mi abuelo. Sin esperar respuesta, entré a la amplia biblioteca adonde, con seguridad, lo encontraría enfrascado en su colección de estampillas. Me recibió con tanta alegría que por un momento me arrepentí de la visita que le había traído. Me mostraba con entusiasmo sus últimas adquisiciones, cuando la luz que entraba por los grandes ventanales se fue amortiguando como una linterna gastada. ¡Era el anunciado eclipse de sol! Aprovechando el evento, Norma me restituyó a Jorgito con la excusa de que tenía que volver a su casa. ¡Desagradecida!, rumié. Y yo que le había cubierto las escapadas cuando estaba de novia con Roberto. Jorgito me atormentaba interrogándome por el oscurecimiento, al tiempo que varios peones alumbraban la gran habitación con lámparas de aceite. Traté de explicarle lo de la superposición de los planetas, de que era temporario y fantástico, pero él empezó a chillar que un monstruo lo espiaba por la ventana. Mi abuelo abandonó subrepticiamente el salón y yo miré esperanzada hacia afuera, esperando alguna aparición que me librara de Jorgito. Abrí la puerta ventana, y grité. Un encapuchado caminaba hacia mí, amenazando entrar a la casa. Corrí hacia Jorgito y lo abracé tratando de protegerlo del maleante. El susto me había enmudecido, pero el niño berreaba de sobra por los dos. El intruso se acercó y se inclinó para observarnos. Después de un momento se arrancó la máscara y reconocí al instante el semblante varonil.

-¿Julián…? –aventuré con mi sonrisa más seductora.

Me miró largamente, hurgando en sus recuerdos para actualizar mi rostro lejano y familiar. Una chispa de reconocimiento le iluminó los ojos:

-Has crecido, por cierto –declaró tontamente.

Me reí de su confusión, lo que detuvo los gritos de mi vecinito el cual enseguida lo interrogó:

-¿De qué estás disfrazado?

-Es un traje de apicultor –le respondió sin dejar de contemplarme- Estaba revisando los panales de tu abuelo.

Yo no le había preguntado nada, de modo que sobraba la aclaración. La luna estaba separándose del astro rey y una creciente claridad revelaba nuestras figuras. Reviví los sentimientos de mis diez años y, para ocultar la turbación, le comenté:

-Me dijo Zoilo que te vas a España.

-No creo –declaró con tono risueño.- Como soy un hombre de palabra, voy a quedarme para cumplir una promesa.

Jorgito se defendió de mi beso y de mi abrazo. Las efusiones lo fastidian. No podía explicarle que si no fuera por él, la promesa no se hubiera cumplido.

Carmen Retamero

viernes, 18 de junio de 2010

Otra vez el domingo, homenaje a Saramago

Aunque queda su obra es muy triste no tenerlo más entre nosotros.Aquí va mi recuerdo hacia mi querido Saramago.Es un texto viejo escrito bajo el hechizo de sus dichos en una entrevista publicada en la revista Ñ hace algún tiempo

Es mañana de domingo, esa parte si me gusta. Los vecinos duermen, mi hija duerme, los bichos de la casa duermen, mi ventana se dora de sol, me escriben mis amigos y yo les contesto, saboreo mis mates amargos, mi pijama y mis pantuflas, se aquieta mi espíritu de la aceleración que lo excita durante la semana. Pero ser mañana de domingo decía, me parece que estoy un poco densa.
Para la sociedad (léase conjunto de personas donde estoy inmersa e ¿incluida?) hoy es el día de la madre y ya arranqué llorando por un forward de esos que te aflojan la lágrima. También acosé a un ser vivo con algunas de mis ideas reiterativas acerca de matar el domingo. Y… uno es así. Por estos días vengo repitiendo que es tiempo de resucitar – puaj que palabra- porque a veces uno muere. ¿Cuándo? Sencillo
· Cuando hace lo que quieren los demás: ese paquete que se llama sociedad, buenas costumbres, reglamentos, apariencias.
Cuando un calla y no dice lo que piensa
Cuando uno no pelea por lo que quiere

Por esa magia que tiene esto del tiempo, para el que esta leyendo sigue siendo el mismo momento pero para mi es ya la tarde de este domingo. Releo lo que puse y ¡basta! Ya estaba pareciendo a una mezcla pastosa de Cohelo y Bucay y saben… esta vez no la quiero matar a la tarde. Es una de las más lindas que he tenido en los últimos tiempos.
Leo una entrevista a Saramago en la Ñ; dice:”Yo siempre estoy preocupado aquí porque los pájaros tengan agua, son cosas tontas pero alguien tiene que encargarse porque si no tienen agua aquí pues la encuentra en otro lugar.(…) Por eso creo que yo tengo un vínculo natural, espontáneo en el sentir del paisaje, el cielo, las nubes”.

Sigue, pero yo escucho un ruido, levanto la cabeza y veo un agrisado cachilo con su copete prolijo dándose un baño en una canaleta de un techo que veo desde mi patio .Para él es un Spa pensé y sonreí .Es pura magia, son los pájaros de Saramago.

Sigo leyendo …” Yo he vivido una relación con la naturaleza que se dio naturalmente: un canto, un árbol, el río. Cosas que son el mundo mismo .No es la naturaleza abstracta; es la cobra, la serpiente, el sapo…”

Otro ruido, busco arriba y ahora es una paloma pero no viene por un baño, tiene sed y toma en el mismo lugar donde el cachilo se bañó. Pienso:”Son el mundo mismo”, que bueno percibirlo ,que buena tarde de domingo .No encontró hueco la soledad. Me acompañan Saramago , el cachilo , la paloma, mis gatitas que duermen amorosamente encimadas, la perra atrás mío redondea su sueño… Todo es plácido, sencillo. Un profesor de filosofía italiano anuncia en otra página de la Ñ: Bestias, hombres… ¿cuál es la diferencia?

Somos el mundo mismo, repito a Saramago

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Te recuerdo Olvido

Cuando la nombró, me resultó raro:

-¿Olvido?- le dije.

- Si, así se llamaba - me contestó- era mi tía.

No sé porqué no pude dejar de pensar en aquél nombre. ¿Cómo alguien podía llamar así a una hija? ¿Cómo la esperaban? ¿Sería bienvenida?

Si el nombre se elije desde el sentimiento y en eso se vuelcan nuestras ilusiones y tal vez esperanzas de que se emule a algún héroe o a alguna heroína. ¿Olvido? ¿Qué mote, que apócope habría tenido? ¿Qué diminutivo que denote inmenso amor en pequeñito?

Quise saber todo y empecé a hacer preguntas. Llamé a familiares y hasta a conocidos. Nadie sabía mucho, sólo que había muerto pero no recordaban ni cómo, ni cuando ni dónde. Tampoco dónde estaba.

Alguien creyó recordar que vivía sola y que nunca tuvo novio ni esposo ni amante ni nada.

Pasó inadvertida y hoy no hay para ella ni recordación, memoria o añoranza.

Entonces me dije que si el nombre es marca y determina, decreta o destina, para ella se había cumplido el hado al designarla, y parecía increíble, pero hoy para todos, irremediablemente…Olvido…estaba olvidada.

Cristina Kovacevic

sábado, 12 de junio de 2010

LA INUNDACION


El agua con musgos y barros, oscura y siniestra como la noche invade la ciudad lentamente, reptando.

Los habitantes, desde el más rico al más pobre trabajan como esclavos para impedir la entrada a sus casas, llenan bolsas de arena que luego cargan en sus hombros y colocan frente a las puertas, tratan de detener la terca inundación. Un esfuerzo inútil, solo una medida dilatoria, el cenagal líquido ingresa a los patios, por los desagües, a borbotones violentos como una tormenta.

Colocan sus muebles sobre ladrillos, sacan lo que pueden, algunas cosas las mudan al techo otras las llevan a casas que parecen fortalezas inexpugnables, ubicadas en las zonas más altas de la ciudad.

Ante el avance de las aguas, la angustia y la desesperación se vuelven cada vez más profundas. Tan profundas como un acantilado.

Luego de luchar toda una noche y el día siguiente, antes del atardecer toman conciencia de la inutilidad de la lucha del hombre contra la naturaleza.

Exhaustos abandonan sus hogares, la cabeza gacha, los hombros caídos como vencidos por la fuerza de la gravedad, parecen letras “eñe”. Tratan de salir del lodo que les llega a las rodillas…

Los rostros grises como ceniza acusan el cansancio, los ojos hundidos, con la mirada vacía parecían de vidrio. Algunos buscan refugio en el techo, otros se mudan con familiares, amigos.

La inundación recién comienza, al cabo de dos días el agua llega al techo de las viviendas.

Lanchas y canoas navegan por las calles cual riachuelos, en busca de víctimas del desastre… auxiliar a quienes permanecen en los techos como guardianes y hacen señas con los brazos extendidos como ramas de árboles secos.

César Cati

jueves, 10 de junio de 2010

La bici

Tenía que comprar esa bicicleta. Me levanté con la idea fija y me vestí con el jogging nuevo y las zapatillas más cómodas. Bajé las escaleras sigilosamente, no sea que mi madre se despertara y empezara a indagar adónde iba a esa hora de la mañana. Mamá es acérrima enemiga de las bicis. Dice que estás siempre expuesta a accidentes, que nadie te respeta en las calles, que te abren las puertas de los autos sin fijarse y terminás estampada en el pavimento. Pero ella siempre fue muy conservadora. ¡También, con mi papá que siempre la anuló! Aunque lleva muerto diez años ella nunca se pudo despegar de sus mandatos. ¡La pobre…!

Pensaba tomar un café a solas y después ir a concretar mi ansiada compra. Pero alguien se me había adelantado. Mi hermano estaba dando cuenta de un copioso desayuno consistente en un enorme jarro de café con leche y una parva de tostadas.

-Hola –saludé en voz baja para no despertar a la durmiente.

-¡Hola, marmota! ¿Qué hacés levantada tan temprano? Mirá que tengo un torneo de tenis y no quiero que el mundo se venga abajo –vociferó.

-Callate, estúpido –siseé- que vas a despertar a mamá.

-¿Se puede saber a qué obedece tanto misterio?

Decidí participarle mi propósito antes de que siguiera preguntando en voz alta.

-Me voy a comprar la bicicleta y, pese a vos, estoy intentando salir sin que se entere mamá. Ya sabés qué opina de las bicis.

-¡Ah! ¡Desobediencia en puerta! –rió el desgraciado. Me miró un momento con sorna y dijo:- Entonces esta noche vas a salir con nosotros y Ferdi…

Giré ciento ochenta grados para fulminarlo con la mirada. “Nosotros” eran él y su novia Alejandra; y Ferdi un amigo que me quería presentar para matarle la depresión de un abandono. Aparte de que me negaba rotundamente a ser el paño de lágrimas de nadie, el nombre Fernando me parecía horrible y su diminutivo, Ferdi, peor. Antes de que pudiera mandarlo a la mierda, levantó la voz:

-¡Así que te vas a comprar…! –le tapé la boca y farfullé con tono fratricida:

-¡Está bien! Pero ya me las pagarás. No habrá sido mamá quien te enseñó a vender a tu hermana…

Esta acusación le dolió. Empezó a enumerar las virtudes de su amigo pero yo, sin pararme a tomar el café, le hice un gesto con el dedo medio de la mano y salí sin mirarlo. Abrí la puerta y me apresuré hasta la parada del cole que estaba a la vuelta de casa. Le dediqué un último pensamiento a la cita nocturna pensando que había cosas peores, como que mamá se hubiera levantado y malograra mi compra. Al fin y al cabo, la extensión de la tarjeta de crédito me la había dado ella con la promesa de que yo aceptaría cualquier veto materno sobre adquisiciones no aprobadas. Lo sufrí cuando quise comprar la máquina de hacer pan, porque ella opinó que era un capricho que me duraría menos que el tiempo de pagar la primera cuota. En fin…

El ómnibus venía lleno hasta el tope, pero me colgué como pude de los pasamanos porque sabía que el próximo tardaría media hora. Era el único que me dejaba cerca de la bicicletería y se descongestionaba frente al FONAVI. Allí podría sentarme. Otro de los tabúes de mamá. ¡Tomá otra línea, nena! ¿No sabés que esos barrios están llenos de chorros? Claro, ella porque tiene auto y no debe caminar cinco cuadras para tomar otro cole. Dicho y hecho. Al llegar a los monobloques, se bajó casi todo el pasaje. Quedamos los que íbamos al centro. En la tercera parada subieron cuatro muchachones. Uno se acercó a la máquina electrónica mientras los otros se quedaban detrás del conductor. El que iba a marcar la tarjeta, se volvió de pronto y nos amenazó con un arma:

-¡Esto es un asalto! ¡Nadie se mueva del asiento!

Yo me quedé boquiabierta. ¿Mamá tenía razón? ¡Y las cosas que llevaba en la cartera aparte de la tarjeta de crédito! Documento, llaves, credenciales, agenda, el celu. Plata no, apenas para puchos, porque mi sueldo era el de convenio y se agotaba la segunda semana. El colectivero desvió el vehículo hacia un camino de tierra y lo paró a una cuadra, más o menos, de su ruta oficial. Mientras un delincuente vigilaba al chofer, los otros recorrieron los asientos y nos arrebataron los objetos de valor. ¡Adiós a la cadenita de oro que me regaló la abuela para los quince, a la alianza que me encontré en un taxi y que pensaba cambiar por un dije nuevo, al reloj que me obsequiaron en el último cumpleaños, a la bici…! Esto último era lo que más me mortificaba. Y los múltiples reproches de mamá. Uno por cada cosa robada. El atraco fue veloz. Cuando los maleantes se bajaron, destrozaron las cubiertas del colectivo para demorar el desplazamiento del coche. De los diez pasajeros que fuimos asaltados, sólo yo acompañé al chofer a la comisaría. Los demás opinaron que era una pérdida de tiempo hacer la denuncia porque nadie le daba pelota. ¿Y los documentos? ¿Y las tarjetas de crédito? –pregunté. Los denunciaremos en las comisarías del barrio –contestaron. Y allí marché, solidaria con el conductor. Nos tuvieron hasta el mediodía para asentar ambas denuncias y cuando estuve en la calle todo mi malestar se concentró en Ferdi. ¡Ferdi, por Dios! Si no hubiera sido por tener que prometer que lo iba a ver esa noche, habría tomado mi desayuno, salido más tarde y perdido ese ómnibus. Definitivamente, él tenía la culpa. Y ahora, ¿qué iba a hacer? Tenía que avisarle a mamá para que denunciara el robo de la tarjeta e hiciera cambiar las cerraduras. ¡Hasta la llave de la terraza tenía en el llavero! Traté de ubicarme espacialmente mirando el nombre de la calle y la altura. Estaba a cuatro cuadras de la peatonal. No tenía un centavo y no quería volver a casa. ¡Debiera ese Ferdi pagarme un taxi y la llamada telefónica! ¿No trabajaba en el negocio del padre? Mi hermano, para convencerme de sus cualidades, me había dicho que tenían un negocio familiar muy próspero que seguramente heredaría. Electrónica Morales, se llamaba, y estaba en Córdoba y San Martín. Ahí nomás. Caminé raudamente hacia esa intersección y en la ochava encontré el negocio. La puerta automática se abrió y me encontré en un amplio salón que exhibía una colección de aparatos de última generación. Una empleada se acercó amablemente:

-¿Puedo ayudarla en algo?

-Busco a Fernando –dije.

-¿Padre o hijo?

-Hijo.

-No lo vi entrar. Permítame averiguar si llegó –manifestó mientras se alejaba reservándose el derecho a una negativa.

Miré los teléfonos, los reproductores, las pantallas de LCD, las PC, los equipos de aire acondicionado… ¡Pero nada como mi bici perdida!

-¿Me buscabas?

Otro giro de ciento ochenta grados. Mis ojos acusadores se detuvieron en un rostro varonil y agradable en cuya mirada chispeaba un interrogante. ¿Éste era el amigo de mi hermano? No. El tarado carecía de buen gusto.

-¿Vos sos Ferdi? – indagué, no obstante.

-¿Y vos?

-Sole, la hermana de Sergio –e insistí:- ¿Sos Ferdi?

-Sí. Creí que te iba a conocer esta noche, pero me alegro de que pasaras antes por el negocio –dijo con una sonrisa que desmentía su feo nombre.- ¿Qué te trae por acá? ¿Algún aparato en especial?

-Sí. Una bicicleta –estallé antes de largarme a llorar.

Creo que necesitaba esa descarga ante tantas calamidades. Léase las explicaciones que tendría que darle a mi madre. Ferdi atinó a arrastrarme hasta una oficina adonde me hizo sentar y me prestó un pañuelo para que descargara mi nariz congestionada. Después me alcanzó un vaso con agua y arrimó una silla a mi lado.

-A ver, Sole. Contame que te pasó. Seguro que lo solucionaremos.

Lo dijo con tanta seguridad y ese “lo solucionaremos” fue tan inclusivo, que le conté de un tirón el asalto, la desazón por enfrentar a mi madre y el desconsuelo por no haber podido comprar la bicicleta. Claro que me reservé la extorsión de mi hermano y mi loco arrebato sobre su responsabilidad. Cuando terminé mi relato me sentí como si me hubiera desprendido de una losa de granito. Él me miraba tranquilo y casi alegre.

-¡Uf! ¿Eso es todo? Pensé que te había pasado algo grave.

-Eso lo decís porque vos no tenés que vértelas con mi mamá –me levanté y le pedí:- ¿Podrías prestarme para un taxi? Esta noche te lo devuelvo.

-¡Esperá! Achiquemos el pánico. ¿Qué tarjeta te robaron?

-La de Visa. Pero no sé el número.

-Veamos –dijo, y levantó el teléfono.

En diez minutos y con el nombre de mi progenitora y el mío y algunas preguntas personales, estuvo hecha la denuncia. Yo lo miraba encandilada. ¡Le debía una! Después insistió en llevarme hasta la bicicletería y me convenció de que era lo mismo que le devolviera las cuotas a él que a mi mamá, porque yo pensaba devolverlas, ¿verdad? Además eso me comprometería a verlo durante doce meses, dijo el descarado. Ahí nomás me subí a la bici y después de varios tumbos, le aseguré que estaba en condiciones de volver a casa sana y salva.

-¡Cargamos la bicicleta en el auto y te alcanzo hasta tu casa! –ofreció poco convencido.

-Gracias, Ferdi. Llegaré bien. Que mi hermano no se entere que nos conocimos antes. ¿Me lo prometés?

-Como quieras. Pero por favor, asegurate de no faltar a la cita.

-¡Hecho! – dije alegremente y pedaleé con seguridad hasta mi casa.

Cuando entré, mamá y mi hermano estaban almorzando. Yo había dejado mi nuevo vehículo en el garaje y me senté a comer con ellos. Ya habría tiempo para las consabidas explicaciones. Mientras mi madre me servía la comida, Sergio me dirigió una sonrisa guasona:

-¿Preparada para esta noche?

-¡Ni que lo digas! –exclamé, y me sumergí en mi plato.

Carmen Retamero

miércoles, 2 de junio de 2010

Otra historia en el jardín

Esta vez fue el limonero. No quería dar más frutos.Lo iban a sacar. Peligraba su existencia. La dueña se resistía .Consultó a los que saben.No obtuvo soluciones.
Pensó.
Se acercó , rodeó su copa con sus brazos y agitando sus ramas le advirtió gritando.
Él la escuchó y al poco tiempo botones verdes anunciaron la llegada de los frutos esperados.
La dueña creyó en la magia de las palabras.
Una experta le dijo que el cambio tenía una explicación científica. Reacomodar las raices posibilitó su crecimiento.
Escuché la historia.Analizaré seriamente esta chance para los humanos.
Me incluyo para hacer las pruebas pertinentes